
Cuando entramos en el mundo del intercambio de parejas y estamos dispuestos a dar ese paso fundamental en nuestras vidas, aparece inmediatamente una sombra que amenaza desde la oscuridad interior el proceso de apertura que tal práctica supone. Me refiero a los celos, a ese sentimiento que surge cuando la suposición irreal de que poseemos a nuestro compañero o compañera parece ser amenazada y en donde la persona se encierra en la idea falsa de que cualquier relación o aventura externa representa una amenaza o privación.
En el trasfondo de los celos que se sienten hacia otra persona, existe en el fondo un miedo y una inseguridad a no estar a la altura de merecer el afecto que se recibe. Es lo que sucede cuando la baja autoestima nos hace sentir que cualquier otro está en mejores condiciones que nosotros de arrebatarnos al ser querido. Si uno se tiene confianza a sí mismo y sabe que es amado, apreciado y estimado, no existen –mientras ese sentimiento se mantenga- razones válidas para ver una amenaza instintiva en las relaciones de la otra parte.
El sentimiento de pérdida del vínculo privilegiado que se tiene con alguien, la sensación fisiológica de un desgarramiento interior generado por una angustia básica infantil, dolores en la boca del estomago, nudos en la garganta, sensaciones de ser despojado y una inestabilidad que deviene de percibir –real o imaginariamente- que somos desplazados por un tercero en discordia y relegados al sitio de un segundo o segundón, hacen al proceso dinámico que está en la base de los celos.
En los análisis que frecuentemente se realizan de los celos se suele hacer casi siempre especial hincapié en las dimensiones que expresan sus umbrales máximos y enfermizos. Decirle a alguien celoso ya es acusarlo de algo grave y mórbido ante cosas que operan en la pura imaginería del afán de controlar insensatamente la vida de otra persona. Pero se suele perder de vista que aunque los celos sean de carácter imaginario, a todos los efectos la fisiología interna del sentimiento es la misma que si tuvieran base y fundamento real. No se considera que desde el punto de vista de cuál es la pulsión instintiva, -sea real o fantaseoso- no existe movimiento sin imagen.
Acusar de pura imaginería o fantasía una pulsión instintiva es ignorar su verdadera significación: desde el punto de vista fenomenológico interno al individuo le ocurre eso que está expresando. Es no considerar el dato inmediato de la conciencia como significativo a lo que expresa y manifiesta. Los celos imaginarios son irreales si se los observa de afuera, pero son muy reales para el que los vive de adentro.
El ámbito natural de los celos.
Los celos aparecen y se desarrollan con facilidad allí en donde la relación entre el hombre y la mujer adquiere un carácter desigual; uno domina y somete al otro. El que depende energéticamente tiene "celos buenos" y le acepta cualquier cosa hasta límites increíbles, el dominante tiene "celos malos" y cuida a su esclavo de modo que nadie se lo robe.
Esta situación que suele darse de un modo u otro en toda relación vincular de pareja, es lo que da pie a una percepción muy elemental, pero real, no bien uno observa la realidad interna de una pareja: Muchas veces tenemos la impresión de que uno de los dos está enfermando al otro, en un proceso de alimentación recíproca en dónde no se puede precisar dónde empieza o termina el vínculo vicioso. Hay un cierre de campo que coincide como cóncavo y convexo y le da a esa relación de pareja un carácter muy concreto. La intuición popular suele decir, no sin cierta sabiduría: "son cosas de ellos, quien sabe lo que les ocurre"
Se suele ir de una virtual dependencia narcisista a una relación de carácter sado-masoquista y eso sucede por una razón muy simple: en la lucha de sexos que se entabla entre el hombre y la mujer los celos juegan un rol nada desdeñable. Para decirlo de un modo fácilmente entendible por todo el mundo: si la lucha de sexos es el motor, los celos son el combustible que el amor propio precisa allí en dónde la dependencia narcisista se convierte en una relación sado-masoquista.
Es el principio de individuación quien sostiene los celos: es el árbol del ego quien no deja ver el bosque del ser. (1)
Lo que llama la atención de los diferentes análisis que se hacen sobre los celos es la incomprensión de fondo del tema en sí: una mascota siente celos de un niño recién nacido, el hermano mayor siente celos del menor. Hay un trasfondo biológico en los celos que si se lo desconoce, muy poco se puede hacer al respecto.
No se trata de querer extirpar los celos, como si fueran un frenesí paroxístico del entendimiento obsesivamente posesionado en querer controlar a otra persona: tal pretensión comienza siendo una lucha contra Molinos de Viento y termina caricaturizando lo que menos importancia tiene de todo: el caso extremo, el delito pasional, la agresividad descontrolada. De lo que se trata es de entender qué forma existe para convivir con los celos de un modo exquisito y delicioso.
Terapia anti celos: a grandes males, grandes soluciones.
El proceso interior de convertir los celos en algo muy lindo y excitante sexualmente lo conocemos todos, puesto que de un modo o de otro lo que resultaba durante tanto tiempo una amenaza desde la escena primaria de la relación a nuestro sentido de la auto estima, en determinado momento se transforma en lo contrario y logra convertirse en motivo de satisfacción y placer.
Imaginemos esta situación dada: uno de los dos recibe una llamada y el otro escucha una conversación muy animada y divertida, afectuosa y sensual. Pregunta quien era y recibe la contestación correcta, alguien desconocido
Cuando hay mucha gente uno de los dos observa los movimientos sensuales del otro y se siente bien, se siente cómodo con las miradas de todo el mundo hacia su cónyuge.
No se irrita para nada si la gente es excesivamente amable con el otro miembro de la pareja, al contrario lo siente como un mérito incluso propio. Ella dice: "Qué lindo marido tengo, que todas gustan de él", él dice: "Qué bonita esposa tengo, que es el centro de todas las miradas".
Él está convencido que en realidad una verdadera amistad –amistad sin sexo- es imposible entre un hombre y una mujer, y no le importa para nada que ella tenga muchos amigos. Ella piensa exactamente igual, cuando él tiene una amiga salen y con consentimiento recíproco llega a altas horas de la noche a su casa. A ella, algunas veces, la han venido a buscar amigos que tiene.
Los dos están convencidos que son lo suficientemente buenos el uno para el otro.
Él siente que es el verdadero hombre que ella precisa y ella, igualmente, se siente la persona más importante en su vida. No teme perder eso, lo da por hecho.
Los dos saben, que en una relación de pareja, tarde o temprano es inevitable una infidelidad. Eso no tiene apelativo, es así por la misma fuerza de gravedad que mueve todas las cosas: es algo que se cae por su propio peso y por ende, lo toman como es, como un simple juego sexual y punto. Si esa relación pasa a más, lo invitan al tercero y si el tercero no quiere, es porque buenos sentimientos no alberga hacia esa pareja: ambos, entonces, lo rechazan.
Los dos están convencidos que si mañana esa relación se rompe, el otro inmediatamente consigue pareja nueva. Es una persona atractiva que demostró en su vida de pareja que es deseada por muchísima gente.
Cuando ella se viste especialmente bien para salir, él no piensa que es para impresionar a alguien, piensa en cambio que es para que todos vean que es realmente, la mujer que él merece.
Ninguno se considera único e irrepetible, porque sabe que el cementerio está lleno de irrepetibles y que en la vida la cosa no consiste en ser único, de lo que se trata es de encontrar la relación mutuamente satisfactoria con alguien.
Cada cual sabe que el otro si bien puede decir que no cuando el carácter de una relación no está planteada del modo más favorable, eso en cambio no significa que esté obligado a resistir las tentaciones.
Cuando uno de los dos mira insistentemente a otra persona, el otro se pone un tanto nervioso, pero no porque se sienta mal en ese nerviosismo, sino porque ignora la disponibilidad de trato que esa persona tan observada puede tener en una conversación corriente.
Los dos son conscientes que hay gente que quiere robar a un miembro de la pareja: en todos lados existen quienes se satisfacen y deleitan quitándole el hombre o la mujer a alguien y por esa causa cuidan las relaciones, empezando por el fortalecimiento interior que el vínculo alcanzado tiene.
Ninguno quiere parecerse a la persona que el otro admira, cada cual se siente bien tal cual es y así se auto acepta a sí mismo.
Nadie se siente angustiado si tiene que separarse del otro por cortos períodos.
Imaginemos, simplemente, esa realidad: ¿Verdad que muchas cosas te resultan inaceptables? ¿Es o no cierto que hay aspectos que no podrías tolerar? ¿Sentiste en algún momento dolor en la boca del estomago? No falta quien diga: es demasiado liberal para mi gusto.
Como se puede apreciar es más violento para el ego esto que hacer un trío o un cuarteto, porque, cuando se lo entiende, la amenaza instintiva no pasa por la sexualidad propiamente dicha, sino por aquellas áreas de la pareja que sentimos como propia. No se va a la relación vincular primaria en un trío o en un cuarteto "inocentemente", se va a eso precisamente para que carezca de montante de afecto celoso la libertad interior de la otra persona y cuando se lo comprende los celos se convierten en el motivo más importante de excitación y placer exquisito, abarcando prácticamente todas las áreas de la sexología: voyerismo –mirar-, exhibicionismo –mostrarse-, sexo anal, sexo oral, doble penetración y demás.
La génesis de los celos
En su génesis los celos hunden sus raíces en las condiciones de vida que en el mundo primitivo el ser humano tuvo que enfrentar y superar para reproducirse luchando por la vida, cuando hombres y mujeres debían permanecer al acecho de sus conquistas para evitar que otro u otra ocupara su lugar: ellas temían que los hombres, que eran cazadores y, por lo tanto, proveedores, pusieran los ojos en otra, porque eso podía significar inmediatamente la pérdida de la comida necesaria para alimentar a los hijos. Ellos, por su parte, vigilaban que las mujeres no se fijaran en otros varones, puesto que querían que la prole, la descendencia, les fuera propia. Desde entonces los cerebros humanos se fueron programando para reaccionar ante ciertas amenazas, experimentadas como un riesgo de pérdida dentro de la pareja y habría surgido esa emoción que llamamos celo. Filogéneticamente los celos son un patrón de comportamiento adquirido por la especie, que está ligado a la delimitación y defensa del territorio. Ontogenéticamente, en cambio, la situación es diferente, puesto que depende del tipo de crianza y educación recibida. Aparece claramente en edad temprana cuando la criatura busca el afecto paterno y materno.
La importancia de esto está dada por lo siguiente: conocimos y conocemos muchas mujeres a lo largo de nuestra vida, pero la primer mujer que hemos conocido, es la propia madre. La Madre, es el principio femenino. Conocimos y conocemos muchos hombres en nuestra vida, pero el primer hombre que hemos conocido, es el propio padre. El Padre, es el principio masculino. Él y ella tienen una imago de hombre y mujer en el entendimiento. Los celos –la imposibilidad de aceptar un tercero- devienen precisamente de aquí, del hecho de haber sido en esa relación original el tercero o la tercera.
Como se puede apreciar la ontogénesis reproduce la filogénesis: la criatura tiene que estar al acecho para evitar que otro ocupe su lugar; no son únicamente celos del padre, sino también de una mascota o de un hermano menor o mayor e incluso de otro que está jugando en la casa con él. El temor a la pérdida de la relación vincular es el dato clave del proceso que se vive en una dependencia de carácter infantil.
Sabemos que con los años el ser humano reproduce activamente todas aquellas cosas que inicialmente padeció pasivamente. El que se sintió desplazado de la relación triangular infantil es, precisamente, el celoso, el que no acepta ni la más mínima presencia de un tercero, -lo mismo que a él le han hecho, o creyó que le hacían- es lo que él va a reproducir.
La escena primaria: ver al objeto de nuestro deseo en brazos de otro haciendo el amor, tiene fuerza y mueve material reprimido por lo siguiente: La visión infantil del sexo visualiza las cosas no como un acto de amor, sino como un acto de agresión. Es el hombre -para la visión infantil- en la cama quien agrede a la mujer. La criatura no tiene conciencia de qué se trata, de qué es eso, porque no está constituida físicamente para realizar ese acto y visualiza la situación como un acto de agresividad, aparte de eso, siente envidia, quisiera hacer lo mismo y no puede.
En el hombre la escena primaria –ver al ser querido en brazos de otro- con el tiempo se escinde en dos momentos aparentemente opuestos: un enorme placer cuando es él, quien "agrede", esto es, se acuesta con las mujeres de los otros, y una enorme preocupación mortificante, cuando es a él, a quien "agreden", "humillan" al acostarse con su persona amada.
La pulsión no se supera, es falso que esto tenga solución, más realista es canalizarla y dotarla de un contenido aceptable y placentero.
En la mujer habría razones para pensar que también ella quiso ocupar el lugar de la madre y exige de un hombre –un principesco padre azul- la exclusividad que gozaba ella, pero no está tan claro –más allá de casos extremos, como se lo ve con perfecta nitidez en la feminista politizada- que así tenga que ser necesariamente el contenido básico de carácter pulsional. Se le suele adjudicar más carácter emocional que instintivo, pero se pierde de vista el dato básico: la mujer es quien reproduce a la especie, por ende, el testimonio verbal puede distar muchísimo de su realidad. Es falso que los celos carezcan aquí de alcance instintivo primario: filogenéticamente teme perder la protección en la crianza y educación de los hijos y ontogenéticamente, es más apropiado sospechar lo siguiente: el enamoramiento inicial hacia el padre, un día finalizó, es el enamoramiento con alguien con quien no es dable mantener relaciones sexuales: el deseo insatisfecho de tener sexo con alguien con quien se estuvo enamorado se convierte con el tiempo en una constante: enamorarse de quien se pretende tener sexo, como si ambas cosas fueran lo mismo. Concibe que se puede estar enamorada sin tener sexo, pero no concibe que pueda existir sexo sin enamorarse. Del padre estuvo enamorada sin tener sexo oral –el deseo femenino más profundo es el de succionar el pene al padre-, y espera enamorarse para poder tener sexo. Cuando se entera que su compañero se acostó con otra mujer, supone inmediatamente que dejo de quererla y amarla y si lo ve haciendo el amor con otra siente impulsos irresistibles de matar a la rival, a la que usurpa el lecho.
Ver al marido en brazos de otra mujer es un golpe emocional más fuerte en ella, que lo contrario en el hombre. Todos sabemos que la envidia, la rivalidad, la pequeña vanidad y los celos tienen un carácter concreto en ella: que otra la desplace la desmorona anímicamente. Sentirse la segunda, es como volver a sentirse niña, cuando solo le era dado enamorarse del padre, pero sin poder succionar el pene. Esta es la causa por la cual es más fácil ir al intercambio de parejas con una mujer que hace un año que se conoce –y tiene menos razones para sentirse desplazada por eso- que realizarlo con alguien que se conoce desde hace 14 años y en cambio hombres que son casados desde hace 20 años quieren y buscan infructuosamente técnicas y formas para poder llevarla al swinger.
Fisiología de los celos
Cuando se sospecha o descubre que el otro miembro de la pareja tiene relaciones sexuales con alguien, las sensaciones fisiológicas que se asocian son: Aumento del ritmo cardíaco, el corazón comienza a latir más fuerte, se siente un dolor en la boca del estomago, los músculos se ponen tensos y a veces se siente un nudo en la garganta. Es posible que se comience a sudar, que se sienta ganas de llorar, un sentimiento de tristeza, miedo, enojo, sentir dudas de uno mismo, dolor profundo y hasta furia.
Cuando ese conjunto de emociones fisiológicas se vuelven incontrolables vamos a la pérdida del control de sí mismo y entramos en un proceso de inseguridad que nos debilita y nos expone.
El tema de los celos es el miedo a lo indeterminado, el temor a lo que podría suceder: los celos no son por lo que está sucediendo. Esa es una de las razones más importantes para ponerle fin por la vía del intercambio de parejas. Los celos inicialmente son la defensa primaria, el alerta, el indicador interespecífico, el estímulo llave, la señal para defendernos de la infidelidad y el abandono.
Así como atender obsesivamente a alguien sin pensar en más nadie que él, es condición para enamorarse, estar celoso es condición fisiológica para estar enamorado.
Hasta cierto punto son naturales y deseables, pasado cierto nivel se vuelven dañinos para la misma relación. La lucha contra los celos es permanente y no conoce finalización, y una de las maneras mejores de sostener esa lucha es volver delicioso y exquisito su emoción básica y su sentimiento.
(1) Hay distintas prácticas para compensar esta situación anímica: en el tantra respirar a una con el compañero o compañera de la propia pareja, como forma de trascender el principio de individuación personal de cada cual en una configuración mayor y más plena, en las orgías y los grupales sentirse parte de todos: vivir lo uno en lo múltiple y lo múltiple en lo uno, en la meditación elevar el nivel de conciencia al plano de una sobre conciencia o supra conciencia.
Nadie discute que el principio de individuación, el ego, sea una instancia necesaria en el proceso evolutivo del desarrollo de la conciencia occidental; es lo que ha posibilitado el avance en muchísimas áreas de la vida y el conocimiento, basados en el rol que juega la iniciativa personal, pero no hay por qué dar por las cosas más de lo que ellas son; se puede, perfectamente, por un corto tiempo jugar a una comunión más amplia del instinto y el afecto sin detrimento del mismo principio de individuación, y es más, fortaleciéndolo al ubicarlo en el plano de la vida en que realmente opera: el trabajo, la propiedad, las propias metas. Lo neurotizante y obsesivo que expresan los celos está precisamente aquí: en llevar el principio de individuación al instinto genético cuando ya no está planteada su significación reproductiva.